Gárgolas insomnes

Septiembre 16 de 2009

México: el paraíso de la impunidad

(Tercera parte)

El 24 de junio de 1974, el capitán Luis de la Barreda Moreno, entonces titular de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), en una nota encabezada «Grupo Sangre», informó a sus superiores que "tanto en el Puerto de Acapulco como en poblaciones cercanas al mismo, en diferentes lugares han venido apareciendo cuerpos sin vida", con "señales de haber sido torturados". Estos cuerpos "pertenecen a personas conectadas con Lucio Cabañas Barrientos y su gente, que han sido aprehendidos [sic] cuando bajan de la sierra para abastecerse de víveres y otros objetos necesarios para ellos, o bien que sirven de correo entre los remontados y quienes se encuentran en la zona urbana". Según el mismo informe, "las detenciones se ejecutan por órdenes expresas del comandante de la XXVII Zona Militar, con sede en Acapulco, general de división DEM [Diplomado del Estado Mayor] Salvador Rangel Medina, que después de obtener, por diferentes medios, toda la información posible sobre Lucio Cabañas y su gente, les da a tomar gasolina y les prende fuego; posteriormente se les abandona en lugares solitarios, donde aparecen con las desfiguraciones provocadas por las llamas y presentando impactos de arma de fuego".

Cuando Rubén Figueroa Figueroa asumió la gubernatura del estado de Guerrero en abril de 1975 nombró al entonces mayor del ejército federal Mario Arturo Acosta Chaparro Escapite delegado de Tránsito, luego director de la Policía de Acapulco y, posteriormente, jefe de todas las corporaciones policíacas del estado. Aparte de la organización regular de la policía local, Acosta Chaparro formó cuatro grupos bajo su mando: el grupo Chihuahua a cargo del capitán Gustavo Tarín Chávez; el grupo Espindosky, a cargo de José Espindosky; el grupo Chumacero a cargo de Rodolfo Chumacero, y el grupo Caballo, a cargo de Ángel Rodríguez Criollo. Nominalmente subordinado al procurador del estado Carlos Ulises Acosta Víquez, Acosta Chaparro rendía cuentas directamente al gobernador Figueroa y se coordinaba con las zonas militares XXVII (Acapulco) y XXXV (Chilpancingo).

En agosto de 1975 empezaron los llamados «vuelos de la muerte» bajo la responsabilidad de Acosta Chaparro y el entonces teniente coronel de infantería DEM, Francisco Humberto Quiroz Hermosillo, comandante del XX Batallón de la Policía Militar, quienes concentraban a los detenidos en la Base Aérea Militar de Pie de la Cuesta, en Acapulco, los ejecutaban de un balazo en la nuca y, desde un avión Arabat de la Fuerza Aérea, arrojaban sus cuerpos envueltos en bolsas de lona cargadas de piedras al océano Pacífico. Entre el 8 de junio de 1976 y el 7 de enero de 1979 realizaron los últimos siete «vuelos de la muerte». De esta forma desaparecieron a 143 personas, según la acusación que enfrentaron en 2002, cuando habían transitado, en su ascenso a generales, de represores durante los años setenta a protectores del narcotráfico dos décadas más tarde y, ya retirados, eran juzgados por un Consejo de Guerra que integraban los militares Tomás Ángeles Dauhajere, Rigoberto Ribera Hernández, Roberto Badillo Martínez, Carlos Enrique Adam Yabur y Juan Alfredo Oropeza Garnica. En realidad, las muertes o desapariciones forzadas atribuibles exclusivamente a Acosta Chaparro suman más de 200, un 30 por ciento del total que dejó como saldo la «guerra sucia» en Guerrero, según cálculos de Andrés Nájera, presidente del Comité Eureka en la entidad.

Para la DFS, una fuente básica de información sobre la «guerra sucia» de aquellos años en Guerrero era el capitán Gustavo Tarín Chávez, jefe del grupo Chihuahua, en el que participaban sus hermanos Manuel, Othoniel y Alfredo, así como su sobrino Alfredo Tarín Chavira; de ahí que el grupo fuera llamado también Los Tarines, quienes se dedicaron además al asesinato, el secuestro, la extorsión, el robo y la venta de órdenes de aprehensión hasta 1981, cuando concluyó el mandato de Rubén Figueroa y Acosta Chaparro, y fueron expulsados de Guerrero por el nuevo comandante de la XXVII Zona Militar, Ricardo Cervantes García Rojas.

Considerado como el principal brazo ejecutor de Acosta Chaparro y cuñado de Arturo Hernández González, alias «El Chaky» –jefe de sicarios y espías del cártel de Juárez–, Gustavo Tarín era compadre del presidente de la República Luis Echeverría Álvarez. Ingresó en 1963 a la Policía Militar, adscrito a la segunda sección del Estado Mayor de la Defensa Nacional (Inteligencia), de donde fue enviado en el sexenio presidencial de Gustavo Díaz Ordaz a la DFS, policía política secreta comandada por militares al interior de la Secretaría de Gobernación, que encabezaba entonces Luis Echeverría.

En 1968, Tarín Chávez asesinó al panadero Antonio García en la ciudad de Parral, Chihuahua, por un pleito de tránsito; en 1970 fue dado de baja de las fuerzas armadas por el asesinato de Vicente Garrido Villarreal, ocurrido también en Parral y por el cual estuvo preso casi tres años; al salir de prisión se incorporó a la Policía Judicial Federal con nombres falsos; en la segunda mitad de esa década, como sabemos, encabezó el grupo Chihuahua bajo el mando irregular de Acosta Chaparro en Guerrero; a principios de los ochenta ingresó a la Dirección de Seguridad Pública de Veracruz, una vez más a las órdenes de Acosta Chaparro, pero no duró mucho tiempo allí, pues las quejas por su actuación llegaron al Congreso local. De nuevo en Chihuahua, su pésima fama llegó al clímax en 1989, cuando asesinó en plena calle a su hermano Alfredo con un cuerno de chivo y luego hizo lo mismo con otro pariente que lo increpó; además baleó al recaudador de rentas de su pueblo, Rosarito.

Detenido en Estados Unidos por el FBI en 1999 a petición de la PGR, que había iniciado una averiguación previa por su colusión con el narcotráfico apenas un año antes, Gustavo Tarín se acogió al programa de investigación con testigos protegidos por la "justicia" gringa, y el 18 de noviembre del mismo año rindió su primera declaración ministerial en el consulado mexicano de El Paso, Texas. Allí vinculó a Quiroz Hermosillo y Acosta Chaparro con el líder del cártel de Juárez, Amado Carrillo Fuentes, alias «El Señor de los Cielos», quien había muerto en junio de 1997, y confirmó la responsabilidad de ambos militares por los llamados «vuelos de la muerte», en los que implicó también al mayor Francisco Barquín. Capturados el 30 de agosto de 2000, los oficiales fueron consignados por la Procuraduría de Justicia Militar como probables autores nada más de delitos contra la salud, asociación delictuosa y cohecho, aun cuando conocía las dos etapas criminales de sus vidas. El Ministerio Público Militar se basó en los testimonios de Gustavo Tarín Chávez y otros testigos protegidos, como Adrián Carrera, ex jefe de la Policía Judicial Federal, Jaime Olvera, ex agente de la Procuraduría General de la República, Michael Batista, preso en una cárcel de Baja California Sur, y Ramón Bermejo, ex comerciante regiomontano. La consignación estaba sustentada básicamente en once testigos de cargo y dos peritos, algunos de los cuales fueron asesinados.

Al verse en riesgo, la impunidad como poder fáctico ha de haber ejercido una fuerte presión, pues el 18 de marzo de 2002, el Tribunal Militar que juzgaba a los oficiales se declaró incompetente para continuar con el caso; en junio de 2002, la justicia federal civil hizo lo mismo; nadie quería cargar con semejante paquete, hasta que un nuevo fallo emitido por el Noveno Tribunal Colegiado del Distrito Federal resolvió que el Juzgado Segundo de Distrito, de la Primera Zona Militar, en la Ciudad de México, era la instancia competente para enjuiciarlos. El 1 de noviembre de 2002, el Consejo de Guerra declaró a Quiroz Hermosillo y Acosta Chaparro culpables de delitos contra la salud y, en el caso del primero, también de cohecho, y los sentenció a 16 y 15 años de cárcel, respectivamente, así como al pago de una multa de mil 527 pesos, equivalente a cien días de salario mínimo. Los oficiales fueron destituidos de sus empleos en retiro, uno como general de división y otro como general brigadier, y se les inhabilitó por dos años para desempeñar cualquier cargo público, además de perder sus derechos adquiridos por el tiempo de servicio en las fuerzas armadas, lo mismo que a usar uniformes y condecoraciones.

Los testigos acusaron a Quiroz Hermosillo de haber recibido automóviles, joyas y dinero de parte de Amado Carrillo; concretamente, aseguraron que el general poseía una camioneta Chevrolet Suburban modelo 1994, así como un automóvil Mercedes Benz con placas del Distrito Federal 988 HHH, que le regaló «El Señor de los Cielos», y que muchos agentes de la Policía Judicial Federal colaboraban con el capo del tráfico de enervantes como sus guardaespaldas y "mandaderos".

En diciembre de 2002, el fuero castrense libró otra orden de aprehensión en contra de Acosta Chaparro ahora por la ejecución de 143 personas, pero el Supremo Tribunal de Justicia Militar redujo a 22 el número de asesinatos que se le imputaban, aduciendo que la consignación estaba "mal hecha", y después desechó los testimonios de Gustavo Tarín y otros testigos en este juicio, de modo que el general fue prácticamente absuelto del delito de homicidio "por desvanecimiento de datos". Nunca se le juzgó por genocidio ni por desaparición forzada, crímenes que atentan contra la humanidad y son los que cometió, además de secuestro y tortura, entre muchos otros. La llamada "justicia" militar, en honor a su tradicional deshonor, asumió complicidad y se burló de todos, hasta de ella misma como "institución".

Durante 2006, la defensa de Quiroz Hermosillo promovió un amparo ante el Quinto Tribunal Colegiado en Materia Penal del Distrito Federal, que lo validó para reponer el proceso al encontrar diversas irregularidades en las pruebas presentadas ante el Consejo de Guerra. El domingo 19 de noviembre de 2006, alrededor de las cuatro de la tarde, Quiroz Hermosillo falleció en el Hospital Central Militar de la Ciudad de México, víctima de cáncer, a dos meses de internado y atendido por ese mal.

El jueves 28 de junio de 2007, a las tres de la mañana, por su parte, Acosta Chaparro salió del centro penitenciario del Campo Militar Número Uno, en la Ciudad de México, donde tenía seis años y diez meses preso. El mismo tribunal que validó el amparo en favor de Quiroz Hermosillo revocó la sentencia de Acosta Chaparro y lo puso en libertad. Esta resolución, sin embargo, no fue unánime, pues de los tres magistrados, Rosa Guadalupe Malvina y Héctor Lara González determinaron que no había pruebas suficientes para acreditar la culpabilidad del general en retiro por los delitos que se le atribuían. El magistrado Manuel Bárcena Villanueva, en cambio, votó en contra del fallo absolutorio.

El "gobierno" de México, específicamente su poder judicial, permitió que la "justicia" militar se hiciera cargo de este proceso, no en contra de los oficiales acusados, indudables autores de los peores crímenes posibles, sino de las múltiples recomendaciones de mecanismos internacionales en materia de derechos humanos, la más elemental de las materias para la justicia real y verdadera en cualquier país... Era de esperar que Acosta Chaparro fuera entonces absuelto de todo el daño que hizo a la humanidad por seres de su especie, enemigos de la humanidad, pero era de esperar también una respuesta unánime de profunda indignación por parte de la sociedad mexicana, que parece ni siquiera estar enterada, y aprovechándose de eso, como si no bastara con la impunidad, como para confirmar que aquí todo es posible y refrendar su alianza, el poder espurio se permitió al año siguiente condecorar, o sea, decorar con una medalla, al más vivo ejemplo de la vileza y la putrefacción en vida, comparable acaso con personajes como Luis Echeverría Álvarez y Miguel Nassar Haro, en un acto que ofende la dignidad humana y la memoria de las víctimas de la «guerra sucia» en México, incluidas sus familias, y significa el colmo de una gran burla. El usurpador de Los Pinos con un golpe militar, que militariza la vida y la muerte con una compulsión frenética, premió el año pasado al secuestrador, torturador y asesino en masa por su "patriotismo, lealtad, abnegación, dedicación y espíritu de servicio a México y sus instituciones", como llama hoy la más cobarde abyección a la más abyecta cobardía, en este país donde todo está de cabeza.

[] Iván Rincón 11:45 PM

Septiembre 7 de 2009

México: el paraíso de la impunidad

(Segunda parte)

La «guerra sucia» comienza en México a mediados de los años sesenta con la primera desaparición forzada y, desde entonces, el ejército federal, más que ninguna otra fuerza armada institucional, ha servido para cometer sistemáticamente crímenes de Estado que, además de su autoría, tienen algo en común: la impunidad, articulación indispensable para la continuidad del poder.

Hagamos memoria

El 23 de septiembre de 1965, un grupo de catorce jóvenes del Grupo Popular Guerrillero (GPG), comandado por Arturo Gámiz García y Pablo Gómez Ramírez, ambos profesores rurales y el segundo también médico, asalta el cuartel militar de Ciudad Madera en la Sierra Tarahumara de Chihuahua y la mitad muere acribillada por 120 soldados. Esta fecha es un hito simbólico, pues marca el principio de una época en la que surgen múltiples organizaciones en varias partes del país que tratarán de transformarlo por la vía armada. En dos intentos de reconstruir el GPG con los restos del naufragio y material nuevo, los sobrevivientes del asalto al Cuartel Madera fundan primero el Movimiento 23 de Septiembre y después la Corriente 23 de Septiembre, antes de ser prácticamente aniquilados. Desde el poder ha comenzado también una guerra contrainsurgente que recurre a todos los métodos y todas las prácticas del terrorismo del Estado concebido en la Escuela de las Américas y transmitido como doctrina (estrategia y tácticas) a los militares del continente para que lo apliquen en sus respectivos países con algunas variantes.

En 1966, a pesar de su nombre, la Asociación Cívica Guerrerense (ACG) se transforma en una organización armada, al ser encarcelado su líder, el profesor normalista Genaro Vázquez Rojas, originario de San Luis Acatlán, Costa Chica de Guerrero, después de cuatro años en la clandestinidad desde 1962 y de radicalizarse hasta el extremo desde 1960, cuando es objeto de la arbitrariedad gubernamental que padecen los pobladores de Guerrero en general y particularmente los campesinos.

El 18 de mayo de 1967, en Atoyac de Álvarez, Costa Grande de Guerrero, la policía dispara contra una manifestación pacífica encabezada por el profesor rural Lucio Cabañas Barrientos que protesta por la discriminación a los estudiantes pobres de la escuela Juan Álvarez; cinco padres de familias son asesinados, entre ellos una mujer embarazada, y más de veinte personas resultan heridas en lo que es recordado como «la matanza del 18 de mayo». Lucio Cabañas, el principal blanco del ataque, se refugia en la Sierra Madre del Sur, que estriba con la Costa Grande, y comienza a reclutar allí a campesinos que integran un pequeño ejército guerrillero conocido como la Brigada Campesina de Ajusticiamiento (BCA), brazo armado del Partido de los Pobres (PdlP).

En abril de 1968, dirigida desde la cárcel por Genaro Vázquez, la ACG se fusiona en Chilpancingo con la Liga Agraria Revolucionaria del Sur Emiliano Zapata, la Unión Libre de Asociaciones Copreras y la Asociación de Cafeticultores Independientes; de esta fusión surge la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria (ACNR), movimiento armado cuya primera acción es rescatar de inmediato a Genaro Vázquez de la cárcel de Iguala. Un año más tarde, la ACNR opera en las montañas de Guerrero con tres Comandos Armados de Liberación (CAL) y, dos años después, extiende su actividad al Distrito Federal, en donde sufre varios descalabros que habrán de culminar con su derrota.

Mientras tanto, el PdlP crea redes comunitarias en los municipios de San Jerónimo, Técpan de Galeana, Coyuca de Benítez y Atoyac de Álvarez. Con una fuerza inicial de 50 hombres, la BCA logra sortear 17 operativos militares en su contra; entre junio de 1972 y septiembre de 1974 sus emboscadas causan unas 150 bajas al ejército federal sin costo en vidas guerrilleras. El primer golpe a la BCA ocurre con una batalla que dura dos días, el 29 y el 30 de noviembre de 1974, y ocasiona sus primeras siete bajas; el mismo 30 de noviembre, son abatidos 17 combatientes más de la BCA con otra batalla en la que intervienen cinco mil soldados y policías. Un grupo restante de 21 guerrilleros combate noche y día cercado hasta que Lucio Cabañas cea el 2 de diciembre. Las tropas castrenses y paramilitares arremeten entonces contra la población civil y, entre 1974 y 1978, desaparecen a 348 personas, aunque la BCA nunca pasó de 240 integrantes; sus guerrilleros fijos siempre fueron alrededor de 50 y los demás eran transitorios, según la organización rotativa de las bases de apoyo en el PdlP.

No hay explicación histórica de que Lucio Cabañas y Genaro Vázquez actuaran siempre por separado. Antes de pasar a la lucha armada, ambos experimentan casi una década en los movimientos populares. El PdlP y su BCA estarán activos de 1967 a 1974 en las montañas, con la Costa Grande como bastión de sustento, mientras que la ACNR y sus CAL lo estarán entre 1968 y 1972 también en las montañas, con una zona de influencia que se desplaza de la Costa Grande a la Costa Chica y al Distrito Federal.

El ejército de Lucio Cabañas deja en libertad a todos los soldados que toma como prisioneros, no sin antes explicarles en sesiones didácticas o doctrinarias las causas de su movimiento, a diferencia del ejército federal, que secuestra indiscriminada y arbitrariamente a todos los sospechosos de apoyar a la guerrilla, los interroga con torturas y después los entierra vivos en fosas comunes o los arroja desde aviones o helicópteros al mar, una forma de desaparición forzada muy común entre las dictaduras de los años setenta en América Latina, incluida la "dictadura perfecta" (Vargas Llosa dixit).

Durante esa década, en los retenes militares es secuestrado también un indeterminado número de personas que serán desaparecidas y una de las cuales es Rosendo Radilla Pacheco, profesor rural que había sido presidente municipal de Atoyac y componía canciones que hablan de Lucio Cabañas y Genaro Vázquez; ilegalmente detenido el 25 de agosto de 1974, es visto con vida por última vez en el Cuartel Militar de Atoyac y la suya es una de las más conocidas y representativas desapariciones forzadas de aquellos años en México, entre otras causas, porque su expediente ha sido turnado a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que inicia un juicio el pasado 7 de julio contra el "gobierno" mexicano por negarse a procurar justicia en este caso; proceso que se suma al que está en curso desde antes por los asesinatos y las desapariciones de mujeres secuestradas y torturadas principalmente en Ciudad Juárez, Chihuahua, otro caso monstruoso de impunidad.

En 1973, diez organizaciones de guerrilla urbana integran en una finca de Guadalajara, Jalisco, la agrupación más importante de su tipo en México, la llamada Liga Comunista 23 de Septiembre, que llega a tener unos tres mil militantes básicamente allí, en la capital tapatía, cuna del tequila y el mariachi, así como en Monterrey, capital de Nuevo León, y el Distrito Federal, capital del país; para finales de 1974, sin embargo, han muerto unos mil de ellos y alrededor de 600 están presos o desaparecidos. La cacería represiva en las ciudades es más discreta que en las zonas rurales, pero no menos implacable, sádica y criminal.

Toda la barbarie que termina con los movimientos armados (más bien los extermina) o los obliga a una clandestinidad absoluta para reaparecer muchos años después, es conocida por el "gobierno del cambio" de piel y en particular por su Fiscalía Especial, creada para investigar los crímenes cometidos por el Estado en ese contexto y decidir, al fin y al cabo, que nadie tiene culpa ni responsabilidad alguna, que los desaparecidos se han ido a otro planeta, en donde viven mejor, y tiene razón Enrique Krauze, el "historiador" que recomienda la amnesia, borrón y cuenta nueva, para empezar desde cero y sin rencores, con una "memoria" limpia, la «transición democrática» en México a una vida pletórica de felicidad y bienestar, amor y amistad, con un futuro promisorio, niños que juegan alegres y todo eso. En los hechos, esta complicidad del presente con el pasado más oscuro y sórdido, equivale a una amnistía de facto a los peores criminales de este país, porque sus atrocidades fueron y siguen siendo válidas, el tiempo las borrará de la memoria colectiva y seguirán ocurriendo, porque sigue habiendo lucha armada y sigue habiendo motivos para la lucha armada, porque el Estado hoy, tanto como ayer o más, opta por combatir los efectos en vez de atender las causas, y la «guerra sucia» no es pasado, sino presente, no ha tenido ruptura de ninguna especie, ha tenido continuidad y seguirá teniéndola... faltaba más.

[] Iván Rincón 11:56 PM

Agosto 30 de 2009

México: el paraíso de la impunidad

(Primera parte)

Hay fechas idóneas para la memoria colectiva y hoy, 30 de agosto de 2009, es una de ellas; en el Día Internacional de los Desaparecidos no falta información para revisar el caso de México, único país de América Latina en donde nadie ha sido juzgado y condenado por genocidio y desaparición forzada de personas, crímenes que atentan contra la humanidad y abundan en nuestra historia reciente. La Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos y Víctimas de Violaciones a los Derechos Humanos en México (Afadem) cuenta con los nombres y apellidos de mil 225 personas desaparecidas, 642 de las cuales son del estado de Guerrero y unas 450 del municipio de Atoyac, cuna del pequeño ejército guerrillero de Lucio Cabañas Barrientos que tuvo en jaque al ejército federal mexicano durante años. En El Quemado, una comunidad de ese municipio, fueron secuestrados y asesinados o desaparecidos sin excepción todos los hombres en un operativo militar. Guerrero, uno de los estados más pobres del país, junto con Oaxaca y Chiapas, ha sido también tierra de cultivo de movimientos armados desde los años sesenta hasta hoy. Durante casi tres décadas, sin embargo, el Estado mexicano simplemente negó la existencia de estos movimientos y, por consiguiente, de la desaparición forzada de personas como un método recurrente para combatirlos; hasta hace unos años, esta práctica ni siquiera estaba tipificada como delito.

El "gobierno" mexicano signó la Convención Interamericana sobre Desaparición Forzada de Personas hasta 2001, siete años después de que fuera adoptada por la Organización de Estados Americanos y casi cinco de que entrara en vigor, y la ratificó en 2002 con reservas por demás ignominiosas. Una es "reserva expresa al Artículo IX (de la Convención), toda vez que la Constitución Política reconoce el fuero de guerra, cuando el militar haya cometido algún ilícito encontrándose en servicio". Otra, con "fundamento" en el artículo 14 de la Constitución Política, dice que "las disposiciones de dicha Convención se aplicarán a los hechos que constituyan desaparición forzada de personas, (cuando) se ordenen, ejecuten o cometan con posteridad a la entrada en vigor de la presente Convención". En otras palabras, aunque se trata de un crimen de lesa humanidad y, por lo tanto, no prescribe, la aplicación en México de esta Convención no es retroactiva, así que las desapariciones forzadas de personas desde antes de 1996 -año de la entrada en vigor de la Convención- seguirán impunes, porque además los soldados en activo gozan de inmunidad a las leyes civiles y, en los hechos, se rigen por la arbitrariedad o la ley de la selva, lo que supone absoluta libertad para violar masivamente los derechos humanos, o sea, impunidad campante. Para garantizarla está la "justicia" militar, que juzga (desde luego, a su conveniencia) los delitos perpetrados por efectivos del ejército federal y, también en los hechos, resulta una cínica protección y una descarada complicidad, así como una burla para la sociedad civil cuando es vulnerada. ¡Ah! Y, por si eso no bastara, la impunidad a nivel de sistema social, régimen político y aparato judicial, cuenta con la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) y la Procuraduría General de la República (PGR) para obstruir y, de ser posible, anular todo proceso legal dentro de nuestras fronteras en contra de la barbarie represiva del autoritarismo gubernamental, pretérito y actual. Como premio al buen desempeño en su papel de vil alcahuete, el titular de la CNDH pasará de allí a ser titular de la PGR para dar continuidad a la simulación y, finalmente, al imperio de la impunidad. En teoría, la CNDH sirve para proteger a la sociedad civil de los abusos que puedan cometer el ejército federal y la policía, principalmente, pero en la práctica es más bien al revés.

La mayoría de las desapariciones forzadas en México, si contamos aparte a las más de 600 que se suman a unos 450 asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, Chihuahua, y otras ciudades en donde tiene lugar el mismo síndrome, forma parte de un oscuro capítulo de nuestra historia reciente llamado «guerra sucia» (como si hubiera guerras limpias) que, para decirlo pronto, es la eliminación física de los movimientos armados al margen del Estado mexicano por el propio Estado mexicano al margen de la ley, aunque implique también la eliminación física de gente inocente. Huelga decir que este método represivo, esta operación sistemática, por ser un crimen de lesa humanidad, no prescribe y además es permanente, deja de cometerse hasta que l@s desaparecid@s reaparecen, vivos o muertos. De ahí la frase: «Los desaparecidos nos faltan a todos, todo el tiempo». Y la consigna: «Vivos los llevaron, vivos los queremos».

Las similitudes entre la guerra irregular de contrainsurgencia en México y las que han tenido lugar en Centroamérica y el Cono Sur son tan grandes como sus características disímiles. Se trata, en todos los casos, de terrorismo de Estado, con la salvedad de que el mexicano se mantuvo en relativo secreto, a diferencia de las dictaduras militares de América Latina y los gobiernos "civiles" de América Central (igual de incivilizados) que lo ejercieron franca y abiertamente, coordinad@s en general con la Operación Cóndor por la CIA y el Pentágono, al menos durante los años setenta. En México fue creada la falsa imagen de la estabilidad política interna y los brazos abiertos a perseguidos políticos de otros países, mientras una guerra de aniquilamiento soterrado era desplegada en dos grandes frentes: el campo y la ciudad, por el ejército federal y la policía política, respectivamente. Aunque las tácticas y estrategias de contrainsurgencia reproducen en todo el hemisferio los mismos esquemas, otra gran diferencia es que los represores mexicanos, instruidos también por la CIA y el Pentágono, gozaron de autonomía con respecto al gobierno supranacional de Washington. La «guerra sucia» no tiene un inicio cronológico preciso, pero sus preparativos, previsiones y prevenciones contra posibles gestaciones "subversivas", así fueran embrionarias, pacíficas o violentas, comenzaron bajo el mandato de Adolfo López Mateos entre 1958 y 1964, cuando el entonces secretario de Gobernación, Gustavo Díaz Ordaz, trabajaba en estrecha colaboración con la estación de la CIA en México; un dato curioso es que Díaz Ordaz no estaba del todo al servicio de la CIA, sino más bien por el contrario. "La CIA preparaba diariamente un resumen de inteligencia para Díaz Ordaz con una sección de actividades de las organizaciones revolucionarias y las misiones diplomáticas comunistas" [1].

Será durante el sexenio presidencial del hombre más cercano a la CIA en México, y quizás el más brutal, cuando la «guerra sucia» se desate con toda la suciedad que efectivamente acarrea y, así como no tiene un inicio cronológico preciso, tampoco tiene un final. El "gobierno" reconoce públicamente la existencia de movimientos armados hasta que lo obliga el levantamiento zapatista en enero de 1994, cuando el EZLN tiene diez años de existir y lo han fundado sobrevivientes de una organización guerrillera supuestamente aniquilada con la «guerra sucia», llamada Fuerzas de Liberación Nacional. Siete años más tarde, la CNDH hace mención oficial de los desaparecidos políticos por primera vez en su informe de 2001, año en que México suscribe la Convención Interamericana sobre Desaparición Forzada de Personas. El "gobierno del cambio" de piel crea entonces una Fiscalía Especial para que simule investigaciones de los crímenes de Estado cometidos supuestamente en el "pasado"; concluida esta gran farsa poco tiempo después, los peores criminales del país, autores de genocidio y desaparición forzada, así como de secuestro, tortura y demás, permanecen impunes; unos mueren tranquilamente; otros son exonerados por la "justicia" civil o militar (para el caso, la misma basura) y viven en un cómodo retiro espiritual rodeados de asistentes, por supuesto, con cargo al erario público; los demás siguen activos como asesores de la mafia que usurpa el poder supremo en México. La impunidad es expresión del poder que no ha tenido nunca ninguna ruptura, ni la más mínima, ni con la «reforma política» ni con la alternancia en el gobierno. En consecuencia, tampoco ha habido ruptura alguna con ningún "pasado", que sigue tan presente como antes en el país de aquí no pasa nada. Si acaso ha cambiado algo es que la violencia organizada del Estado perdió su autonomía operativa con respecto a las directrices de Washington; ahora la doctrina de seguridad nacional en México se pliega pasivamente a las órdenes del Pentágono; las fuerzas armadas institucionales de este país participan en maniobras militares conjuntas del Comando Norte y se incorporan, disciplinadas y obedientes como son, al Comando Sur, hecho que, una vez consumado, tuvo la aprobación abyecta del Senado de la República y dejó en el pasado, eso sí, la tradición pacífica de México en el contexto internacional. A muy pocos, por lo visto, nos importa esta gran pérdida.

Mientras el poder judicial, que ha demostrado estar al servicio del dinero, así provenga del crimen organizado, absuelve a los autores materiales de la masacre de Acteal, el poder legislativo "legaliza" la militarización anticonstitucional de la seguridad pública, legitimada por el crimen organizado, cuyo poder fáctico detrás del poder formal se consolida con el poder ejecutivo usurpado. En el Día Internacional de los Desaparecidos y en las nóminas correspondientes a México, la justicia y la dignidad son dadas irrevocablemente de baja por falta consecutiva. Aunque los desaparecidos nos faltan a todos, todo el tiempo, en México nos duelen a unos cuantos.

1. Jorge Luis Sierra Guzmán. El enemigo interno: contrainsurgencia y fuerzas armadas en México. Plaza y Valdés Editores.

[] Iván Rincón on:off

Agosto 21 de 2009

Vastuario militar. Foto: Raúl Ortega

Infarto al tiempo

De las caras de trapo al zapatismo sin paliacate ni pasamontañas

Corazón del tiempo (2008), dirigida por Alberto Cortés, escrita por Hermann Bellinghausen y el mismo Cortés, es una película inclasificable dentro de algún género específico. Aunque sus protagonistas son indígenas tzeltales de la Selva Lacandona que encarnan su propia vida, personal y comunitaria, no es un documental; en todo caso es ficción, pero fielmente apegada a la realidad, más que inspirada en ella. Esperanza de San Pedro, nombre de la comunidad zapatista en donde tiene lugar la trama, es ficticio, más no la comunidad anfitriona, San José del Río, en la cañada de Guadalupe Tepeyac, a donde llegó la luz eléctrica por vía solidaria del sindicato nacional electricista en 1996; este milagro tecnológico / social, entre otros factores, crea el contexto de una conflictiva historia de amor, a su vez representativa de la relación entre los tres niveles de participación en el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), a saber: insurgentes, milicianos y bases de apoyo.

La problema es que sigue siendo el costumbre que los padres cambien a sus hijas en edad casadera por una vaca y algo más, para decirlo en pocas palabras, y Sonia, que es una bella muchacha, aunque menos joven de lo que suelen ser cuando sus papás las apalabran con los del futuro esposo, resulta doblemente rebelde, pues decide romper con esta regla y las del EZLN, que prohíbe a los hombres insurgentes enamorar mujeres de las bases de apoyo, a menos que ellas estén dispuestas a dejar la comunidad para irse con ellos a la montaña. No obstante el conflicto, la historia es bastante simple y predecible; si algo tiene de sorprendente es que no hay ni la más mínima sorpresa.

Por supuesto, no es la primera vez que los personajes reproducen en el cine su papel en la vida real. Lo consiguió Luis Buñuel con asombroso tino en su momento al dirigir mendigos de verdad (Viridiana, 1961) y, recientemente, Bahman Ghobadi logró un milagro todavía más grande al dirigir un ejército de niños desenterradores de minas antipersonales en la realidad iraquí (Las tortugas pueden volar, 2004). Es la primera vez, en cambio, que la vida cotidiana de una comunidad zapatista es mostrada tal cual a través del cine de ficción, no documental, vaya. Existen experiencias previas de guiones que no han sido llevados a la pantalla, inspirados sin excepción en el Subcomandante Marcos. Afortunadamente, este no es el caso. Alberto Cortés, sin embargo, se queda muy lejos del éxito logrado por sus predecesores al hacer que sean personajes reales quienes representen su propio papel, en vez de actores profesionales. En Corazón del tiempo, título que alude metafóricamente al caracol, que es a su vez una metáfora múltiple, los protagonistas no son actores, insisto, pero tampoco son no-actores, sino anti-actores, y uno es más bien tolerante por simpatía con el EZLN, que hace del binomio rebeldía y dignidad algo real, más que imaginario y posible. "Otro mundo es posible", dice, y lo demuestra con hechos y resultados tangibles: la autonomía, el autogobierno y la autogestión en los municipios autónomos y sus caracoles, así llamados por el símbolo cosmogónico de la escalera en espiral que sube y baja del cielo a la tierra y contiene el eco del mar, ser viviente que lleva su casa y todo cuanto tiene a donde quiera que vaya. Los caracoles son sedes terrenales de las llamadas Juntas de Buen Gobierno, en este caso Hacia la Esperanza, cuyo nombre tampoco es gratuito y tiene un significado obvio. Al saber que una desgracia de país como el nuestro es también territorio de luchas y "chingas" que siembran esperanzas y utopías posibles para cosechar aquí mismo un mundo muy otro, el público tolera con simpatía la debilidad histriónica, la desangelada locución, planos o planicies actorales y hasta el contraefecto de la autocaricaturización involuntaria, valga la rebuscada expresión. Tan autogestivos son los zapatistas de las comunidades indígenas en resistencia y rebeldía (para distinguirlos de los "zapatistas" citadinos de ocasión) que, además de reproducir su propia vida, ellos mismos producen esta película; Alberto Cortés nomás los dirige, pero siempre mediante el acuerdo y después de convivir con ellos durante cinco años.

Un fenómeno interesantísimo, inexplorado aún, es que los zapatistas han hecho abortar la gestación de bandas paramilitares en la Selva Lacandona, y esta película transmite una idea contraria, quizá porque la gente en México suele estar tan perdida que, más de quince años después del levantamiento armado, todavía no distingue la dizque selva de la llamada Zona Norte y Los Altos de Chiapas. Desde una perspectiva informativa (política / periodística), es un error hablar de paramilitares como si el fenómeno fuera lo mismo allí que allá, sin hacer distinciones serias.

En febrero de 2005, durante la ofensiva militar del Mal Gobierno contra el EZLN, luego de la traición de Ernesto Zedillo al supuesto proceso de paz, una columna del ejército federal intentó pasar por La Realidad aprovechando que la mayoría de los hombres de la comunidad se había ido al monte; pero las mujeres, con la fuerza de su agrupamiento, sin más armas que la unidad y la unanimidad, lograron detener la pretendida incursión; los soldados amenazaron con darles "su buena chicotiza", pero no pudieron amedrentarlas; antes al contrario, ellas se mantuvieron firmes en medio del camino, acaso con más determinación y coraje ante las amenazas, empuñando palos que de nada les habrían servido contra las balas, hasta hacer retroceder a la columna de vehículos artillados y camiones de transporte de tropa, que terminó retirándose. Este episodio sentó un precedente y se reprodujo a escala cada vez mayor tanto en la Selva Lacandona como en Los Altos de Chiapas durante los años siguientes. La culminación de su espiral de valentía está registrada en los informes de observadores civiles, en crónicas periodísticas, fotos y videos, así como en la memoria de sus propios protagonistas, sobre todo tras la masacre de Acteal, pero en el episodio primigenio no hubo testigos presenciales; tres reporteros tuvieron el privilegio de conocerlo a través de un vívido testimonio que recogieron en La Realidad misma cuando acababa de suceder; uno era enviado de La Jornada y otro de El Financiero; el tercero era corresponsal de Voz Pública / Radio Educación en Chiapas y rubricaba sus notas con el nombre de Iván Rincón; los tres dimos a conocer lo sucedido por nuestros respectivos medios y en las páginas del semanario El Tiempo. Berta Hiriart hizo años después un sutil reclamo porque preferí aquella publicación local que no pagaba ni un peso al boletín de la agencia continental Fempress que pagaba 70 dólares por cada "reportaje" de tres cuartillas. Conchita Villafuerte bromeaba al respecto: "En El Tiempo no te pagamos las colaboraciones, pero tampoco te las cobramos". Con Berta Hiriart ganaba dinero; con Conchita Villafuerte ganaba prestigio. Corazón del tiempo, a su manera, reproduce un episodio similar al aquí narrado, acaso el mismo, pero con muy escasa concurrencia, quizá por limitaciones de recursos humanos o un intento de proyectar a David contra Goliat, aunque en miniatura ambos. El resultado es mínimamente convincente y parece que los realizadores pretendieran más bien contagiar su genuina simpatía por la dignidad indígena, exaltándola. En otras secuencias por el estilo, a las consignas que gritan los zapatistas les falta esa gran fuerza que tienen en la vida real: "¡Chiapas, Chiapas no es cuartel! ¡Fuera ejército de él!", o "¡Zapata vive! ¡La lucha sigue! ¡Zapata vive y vive! ¡La lucha sigue y sigue!"

Por lo demás, como la película carece de actuación, el público también simpatizante con el zapatismo y tolerante con la carencia actoral, puede imaginar que, en vez de ver una película, está leyendo un libro. La belleza de los diálogos está en los modos y modismos propios de la región, cuyos pobladores indígenas hacen una apropiación del castellano que lo transforma en un lenguaje muy otro. Hermann Bellinghausen es un acucioso receptor de este lenguaje y, a más de quince años de cubrir el movimiento zapatista, sobre todo entre la Selva Lacandona y Los Altos de Chiapas, vierte en el guión las palabras escuchadas y las convierte en universo, en unidad textual de poesía sin pretensiones. Por sus giros idiomáticos, más que dialectales, el lenguaje aquí no es propiamente indígena, sino campesino / latinoamericano, pues ni una sola palabra indígena escuchamos o leemos. Las canciones, por su parte, como parte de un todo más bien literario, resultan ingredientes melodiosos, ligeramente melosos, que lo hacen ligeramente sensiblero y cursi. En algún momento, las que tienen letras en español y un aire nativo ceden su lugar a cantos medio flamencos, desacierto inexplicable que no por serlo hace menos tolerable este esfuerzo excepcional, en cuyos créditos aparece gente que suele contaminar con sus nombres todo cuanto uno quiere rescatar de la basura apabullante y la agobiante miseria.

-¿Qué tanto miras el agua, niña?

-No lo miro el agua, veo lo que se mira en el agua.

Así es como hablan pues, así como lo hablan de por sí.

-Ah, 'ta bueno pues. Vos no tengás pena.

[] Iván Rincón 10.15 PM

Marisela Rodríguez en una escena de Corazón del tiempo Las cuatro jinetas del Apocalipsis. Foto: Subcomandante Insurgente Marcos. Selva Lacandona, Chiapas, 1996.

Agosto 17 de 2009

La cólera en los tiempos del amor

Mi cólera se nutre de vívidas imágenes, de ruidos y rudos sonidos que alteran los sentidos y saturan el aire; de gritos y llantos infantiles que irrumpen y rompen el silencio de la noche, lo despedazan; de llamas que enrojecen el negro manto de la madrugada, lo desgarran y desangran; de una oscura nube que asombra y ensombrece a la pálida luna y enturbia la mirada... Quisiera que mis palabras hablaran por miles de personas, millones inclusive, y decir que mi cólera prenderá miles de antorchas, millones inclusive, y éstas a su vez harán arder en llamas el recinto de la Suprema Corte de Inmundicia y Absoluciones a Genocidas y Pederastas, monumento a la impunidad y la corrupción, la ignominia y la abyección, así como el edificio de la Procuraduría General de que el Crimen Organizado sea Intocable, otro símbolo del poder como sinónimo de putrefacción y podredumbre, de violencia organizada como articulación indispensable para el sistema social en México, su régimen político y su desorden económico de asimetría y desigualdad que los ideólogos del capitalismo siguen llamando libertad.

Quisiera que mi cólera fuera el infierno para quienes pudieron hacer algo y no lo hicieron, para quienes tenían obligaciones morales y no las cumplieron, pero viven de la riqueza de este país gracias a la pobreza de su gente, pero son miserables parásitos y sanguijuelas, porque la gente aquí permite eso y más: el estado de excepción como regla general, la militarización de la vida pública y privada (atada, para colmo, a los hilos del Pentágono), la reducción de los derechos civiles y la ampliación del fuero de guerra, la cancelación de las garantías individuales y colectivas, la eliminación de los programas sociales, el IVA a los alimentos y las medicinas, la inflación y la carestía en general, la privatización de todo lo existente, la pérdida millonaria de empleos, la imposición de gobernantes y servidores "públicos" al servicio, más bien la servidumbre, del intereses privados, mandatarios bajo el mandato del dinero, a las órdenes de su dictadura, vía el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, el poder fáctico delincuencial o criminal, como dice Lydia Cacho, tras el poder formal, la colusión de políticos y empresarios como prestanombres de los cárteles del tráfico de narcóticos, armas, pornografía y prostitución infantiles y órganos humanos, el comercio de influencias, enfermedades y muerte, las arbitrarias leyes del mercado trasnacional del hambre y la ignorancia... gracias a una sociedad agazapada por epidemias de miedo inducido, anestesiada por la televisión y aturdida por la euforia de los dos goles contra uno en el partido de futbol entre México y Estados Unidos, lo que significa el escalón de este país de cuarto mundo al campeonato mundial de Sudáfrica en septiembre, mes de la patria, de los festejos patrios, de la ebriedad patriotera y la exaltación del embrutecimiento de las masas no encefálicas, sino microcéfalas, de cabezas que no sirven más que para portar un sombrerote y comportarse como bestias, pues cabeza que no piensa, embiste... Mes de la apoteosis tequilera / cervecera y pirotécnica, de engentar el zócalo de cada ciudad y olvidar nuestras desgracias y tragedias, jubilosos de amnesia histórica, histérica, etílica, ruidosa, desbordados por la pequeñez masiva, la insignificancia tumultuosa, la mediocridad multitudinaria... Mes del grito: ¡Viva México, cabrones! Mi cólera se nutre también de todo eso y de la indolencia, la indiferencia y la pasividad, así como del protagonismo vedette que nunca desaprovecha la oportunidad de atraer la atención pública, pero repele a la gente participativa y solidaria desde el anonimato, la repliega en sus casas con la misma efectividad que la influenza.

Mi cólera se nutre de un rojo resplandor y, al imaginar el dolor de l@s niñ@s sobrevivientes al techo en llamas que les cayó encima y estuvieron cerca de que además les amputaran brazos y piernas, me hierve la sangre. Quisiera ver al pueblo enardecido como yo y que arda también todo símbolo de poder corrupto, corrompido, putrefacto, podrido... Pero quizás este discurso incendiario sirva para que sea yo quien termine en la cárcel por incitar al odio y hacer apología de la violencia, según la hipocresía leguleya del "estado de derecho" torcido y servil del vil dinero, cuando en realidad o en mi delirio iracundo, que no tiene bastante con escribir estas palabras, que no es posible saciar con parrafadas, la causa de la violencia revolucionaria, la que destruye lo viejo y anacrónico para construir en su lugar algo completamente nuevo, a la altura de nuestro tiempo, en el caso de México es la violencia impune porque viene de arriba, porque la cadena de impunidad, más que un lugar común, es un sistema, un círculo de complicidades y favores mutuos, una mafia cuyas lealtades son un valor opuesto a la solidaridad, estratégico en tanto es garantía de continuidad y existencia perpetua.

A dos meses del genocidio que ha tenido como principal saldo la muerte de 49 niñ@s menores de cuatro años (más de la mitad tenía menos de tres), los ministros de la pomposamente llamada Suprema Corte de Justicia de la Nación, que ganan cerca de 400 mil pesos mensuales y gozan de privilegios inconcebibles, dejaron en libertad a veinte perpetradores de la masacre de Acteal y dentro de unos días dejarán a otros treinta en plena libertad de volver a matar y ultrajar los cadáveres de mujeres embarazadas, penetrándolas con palos y cañones de armas largas, arrancando sus pechos a machetazos, descuartizando sus vientres para luego aventar los fetos de machete a machete, gritando y escupiendo carcajadas con los ojos inyectados y espuma en la boca, tal como hacían sus maestros kaibiles, discípulos a su vez de la benemérita Escuela de las Américas. Los asesinos materiales de Ernesto Zedillo y compañía quedarán, como sus jefes, en libertad absolutoria y absoluta de pasear su impunidad bajo la protección del ejército federal y todas las corporaciones de policía, incluida la mayor banda paramilitar de este país, que es la Policía Federal Preventiva, para seguir sembrando terror y causar el desplazamiento de miles de familias sin casas ni cosechas porque fueron quemadas y las mujeres son obligadas a trabajar para ellos, hacerles de comer y humillarse antes de morir a balazos por la espalda.

El Supremo Poder del Crimen Organizado se burla de México y el resto del mundo porque aquí todo es posible, todo con excepción de la justicia, a no ser por propia mano y nada más en mi delirante imaginación.

Quisiera que mis palabras hablaran por miles de personas, millones inclusive, pero algo me hace sentir cada vez más solo en esta cólera incendiaria, esta incontinencia de violencia verbal, manantial de incontenible desahogo que, valga la paradoja, contiene fuego. Afortunadamente no puedo hablar más que por mí, con mi odioso odio como único estímulo, pues el motor de las madres y los padres de l@s niñ@s calcinad@s en Hermosillo es el amor. Como en el caso de las madres y los padres de las mujeres asesinadas y/o desaparecidas en Ciudad Juárez y otras ciudades que padecen del mismo síndrome, y el de l@s familiares de l@s desaparecid@s polític@s en México durante la llamada "guerra sucia" de los años setenta, ochenta, noventa y actuales, el principal estímulo de la gente que reclama justicia por la tragedia en Hermosillo, así como por la de Chenalhó, es un profundo amor, algo que algunos aquí somos incapaces de sentir. El amor en estos casos, especialmente en el de l@s niñ@s calcinad@s, es un Ave Fénix que nace de las cenizas, y la frase romántica del Ché Guevara resulta menos cursi que válida en este contexto: "Un revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor".
¡Por amor hay que prender entonces una enorme hoguera revolucionaria!

[] Iván Rincón 10.39 PM

Agosto 9 de 2009

El privilegio de llamarse Nayeli Nesme

No siempre concurren la calidad artística y la calidad humana en el talento, pero Nayeli Nesme es un caso especialmente representativo de esta rara concurrencia. La compleja sencillez de su persona contrasta con la densa complejidad de su trabajo. Sumamente afectuosa y cálida en el trato cercano, tiende a ser inaccesible al cantar. Lo primero es simplemente inexplicable y cualquier intento caería en la especulación retórica y la digresión filosófica sobre la condición humana y la ilusión de la amistad; en lo segundo concurren a su vez factores de los cuales ubico tres: el primero coincide con Jaramar en la medida que la fusión de ritmos y sonidos musicales, así como de temas y sonidos textuales, hacen del conjunto algo inclasificable, imposible de etiquetar. También los géneros concurren aquí, desde el temperamento "ranchero" hasta la sensualidad del blues, gospel o soul en una misma canción, desde el ánimo etílico hasta la sobriedad "clásica" en todo un disco y en ese orden, para no pasar nunca por la resaca (por el contrario, uno gusta de este arte cuanto más lo escucha; no creo que nadie lo digiera con la primera probada). Y de allí el segundo factor: que la compositora es cada vez menos "comercial" y cada vez más "culta" en el sentido obvio de ambos términos. Entre el disco Ellos y su más reciente producción, El íntimo anónimo del ignoto amoroso, hay más de una década y una decantación evolutiva, tanto en el aspecto creador como en la voz. La diferencia es abismal. Personalmente, me parece que la voz de Nayeli, a pesar de la madurez, no está en su mejor momento; antes era mejor y será todavía mejor en el futuro próximo; lo mejor de lo mejor está por venir. Y este es el tercer factor que la hace tendencialmente inaccesible: además de ser preferible (al menos para mí) su canto fácil y hasta frívolo, con la natural ligereza del pop, a la medio soprano entre forzada y demasiado esforzada, la presentación de su nuevo disco en el Museo Nacional de Culturas Populares saturó el aire, atrapando al público defeño (más o menos aturdido y asimilado a la agresividad auditiva y olfativa), sobre todo al que se ubicó más lejos del escenario, con disonancias musicales por un lado y el ruido contaminante de un taller de carpintería por el otro, pues los trabajadores del lugar, desde el nivel más alto hasta el más bajo, ni por asomo tuvieron la genial idea de respetar el concierto de Nayeli, que tampoco se dio por enterada. Escucharla en el Museo de Culturas Populares de Coyoacán es como ver una película de Shohei Imamura o Roman Polanski en la Cineteca Nacional; por un lado el vil sabotaje carpinteril y por el otro disonancias a las que no es ajeno un defecto de la cantante: que siendo maestra de canto, no sea muy hábil en el arte de alejar y acercar el micrófono a su boca.

De allí tal vez que si algo sigue sonando en mi obsesiva memoria una semana después no sean precisamente sonidos, sino ideas o nociones semánticas; por ejemplo, la diferencia entre albada y alborada; se trata en ambos casos de un encuentro amoroso; el primero es clandestino, furtivo, frustrado porque los amantes deben separarse ante la proximidad del alba; el segundo, en cambio, es satisfactorio, pues el alba sorprende a la pareja unida sin prisa ni preocupación alguna, sin necesidad de separarse para mantener oculta su relación, en secreto su amorío. Esta clase de lecciones es lo que más me enriqueció de la presentación de El íntimo anónimo del ignoto amoroso, con el que Nayeli también presentó en sociedad como cantante a su hija Elena García Nesme, una muchacha guapa que participa en cuatro canciones, dos haciendo dueto y dos haciendo coros, con una bella y educada voz que mejorará con los años, según mis cálculos.

Nayeli Nesme o "te amo, brisa suave"

El nombre de Nayeli Nesme siempre me ha causado fascinación, inclusive desde antes de saber que tenía un significado, el cual investigué y averigüé, por lo que ahora me parece un privilegio múltiple. Nayeli es la castellanización de Nadxiiee' lii, que significa "te amo" en zapoteco del Istmo oaxaqueño o diidxazá, la "lengua nube" que hablan los descendientes de los antiguos binnizá, hombres y mujeres que bajaron de las nubes y poblaron aquella región de nuestro país cuya capital cultural tiene un nombre que paradójicamente proviene del náhuatl y no de su propio idioma; este nombre a su vez es la castellanización de Ixtacxochitlán, que se abrevió con el tiempo a Xochitlán y después a Juchitán con la colonización española y significa "lugar de las flores blancas". Nadxiiee' lii, como frase literal, es originalmente na-dxii-ee' lii = aspecto estativo amar-yo-tú, o sea, "eres-amad@-por mí tú". Como nombre de mujer, Nayeli entonces es una declaración femenina de amor. La palabra Nesme, por su parte, no tiene un equivalente preciso en español; en libanés, se refiere a una brisa más suave que la brisa en castellano.

Me reservo un comentario más amplio y puntual sobre los discos de Nayeli Nesme para cuando los haya escuchado más veces, pues, así como ella requiere de mucho tiempo y cuidadoso esfuerzo en su creación, es necesario dedicar mucho tiempo y atención a escucharla, para aprender a escucharla, especialmente en el caso de su trabajo más reciente, que tardó ocho años en dar a luz y del que hay por lo menos una canción grabada y publicada en internet desde hace algunos ayeres: Salomé, quizá la más representativa de su actual estilo interpretativo, que parece bostezar en los tonos graves y termina gritando.

Hay que dedicar el pensamiento y la sensibilidad, que es algo más que capacidad de percepción, a Nayeli Nesme, con la generosidad que ella dedica sus discos. El íntimo anónimo del ignoto amoroso: "Este es un encuentro de corazones, de amistad, de canciones, de largo tiempo en la relación con la música. Gracias por venir, Iván, es un placer saber que ahí estás haciendo eco. Nayeli Nesme". Ellos: "Iván: Estoy contenta siempre por compartir esto contigo. Nayeli". En ambos casos, aunque la caligrafía es prácticamente ilegible, parece impresa en el espacio dedicado a las dedicatorias. Gracias a ti, querida brisa.

[] Iván Rincón 9.02 PM

Agosto 4 de 2009

A principios de 2003, antes de organizar los conciertos maratónicos frente a la embajada gringa, abrimos una cuenta bancaria a nombre de Berta Hiriart y Valentín Rincón y la dimos a conocer públicamente con el fin explícito de recabar fondos para enviar «escudos humanos» a Irak, cuya embajada en México anunció pocos días después que no daría ni una visa más a ningún mexicano. Cada «escudo humano» costaría alrededor de 20 mil pesos y nosotros habíamos reunido apenas once mil, que terminamos gastando en el primer concierto con sus dos días de duración y para el que tampoco era suficiente dinero, así que tuvimos una pérdida de seis mil pesos, más lo que pagué a posteriori por la principal actividad en este sentido: hablar por teléfono. Con excepción de las llamadas telefónicas y las pérdidas, que asumimos entre mi papá y yo, nunca supimos quiénes aportaron el dinero y nos intrigaba especialmente que alguien había depositado siete mil pesos, alguien que se mantuvo en el anonimato. Por pura intuición, siempre sospeché que se trataba de Pablo Latapí Sarre.

Casi una década antes, recibí una llamada memorable; era él, que había entregado un texto mío sobre el espionaje gubernamental en Chiapas a raíz del levantamiento zapatista para que lo publicara la revista Proceso. "Muchas gracias", fue todo lo que se me ocurrió decir. "Lo hice con mucho cariño y con mucho gusto, Iván", agregó, y yo no atiné más que a repetir como retrasado mental: "Muchas gracias". Me había dejado literalmente sin palabras su generosidad y en particular que se tomara la molestia de hablarme por teléfono luego de este favor. El texto no se publicó porque no decía nada nuevo, pero tres años más tarde tuve una primicia que llamó poderosamente la atención de Pablo y su esposa, María Matilde, entre otros; tuve más de una, pero la que provocó mayor exaltación en una plática de sobremesa con Juan Latapí, hermano mayor de Pablo, y mi mamá, era que el ejército federal saqueaba maderas preciosas y piezas arqueológicas de la Selva Lacandona, hecho que di a conocer a través del programa Voz Pública y los noticieros de Radio Educación, así como en medios impresos locales. "¡Qué interesante!", exclamó doña Matilde. "El que no tiene consideración es tu hijo Pablo", le reclamó Pablo a su hermano Juan. "Dile que se ponga el segundo apellido para que no nos confundan".

Hace 22 años adopté a Pablo Latapí Sarre como primer asesor para el proyecto que después sería bautizado con el nombre de Ollinmecah (Unidos por el movimiento). Desde entonces, el afecto se quedó siempre a un paso de la amistad, un paso mínimo quizá, pero que nunca dimos durante los 22 años siguientes. Y anoche falleció. Consciente de que su cuerpo estaba invadido por el cáncer, de que tenía tumores malignos incurables, inoperables, y crecerían en poco tiempo hasta matarlo, antes de que la vida como tal dejara de serlo al volcar sus últimos días en agonía, Pablo hizo realidad un deseo que había tenido siempre: irse de vacaciones a Veracruz con María Matilde. Luego sobrevino el malestar físico y, en consecuencia, la depresión. Anoche falleció y hoy pésame la pésima noticia, aunque la esperaba y no tiene la carga sorpresiva que hace algo espantoso a la muerte; ante su proximidad, la vida cobra otro valor; la que se ha vivido en realidad es una y la que falta por vivir es otra, desde donde penden los sueños. Las dos vidas sucesivas de Pablo Latapí fueron una plétora de méritos profesionales y afectivos, lo que me hace posible asegurar que murió satisfecho por su realización y, al final, dio por vivido lo soñado. Vaya pues, casi mi amigo, mi casi amigo, hasta siempre.

[] Iván Rincón 5.15 PM